Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.
(2 Corintios 10:4)
La guerra de trincheras se ha usado algunas veces en el arte militar a lo largo de la historia moderna. En la época de la Guerra Civil Estadounidense, en la década de 1860, algunos de los generales de la Unión y de los estados Confederados empezaron a emplearla como una estrategia defensiva más. El rango de alcance y la velocidad cada vez mayores de las armas de fuego habían alcanzado un nivel lo suficientemente alto como para que los ejércitos ya no pudieran conformarse con marchar contra otro en columnas, lo que producía una gran cantidad de víctimas en ambos bandos.
Sin embargo, las ametralladoras pesadas y veloces de la Primera Guerra Mundial no dejaron otra opción. Cavar la tierra y esconderse en las trincheras se transformó en el método estándar de
supervivencia.
A lo largo de los campos de batalla del frente occidental en Europa, una especie de red de trincheras comenzó a emerger a ambos lados del conflicto. De 1914 a 1918, las fuerzas aliadas se atrincheraron contra el ejército alemán y los poderes centrales. Una espantosa guerra avanzó con dificultad y sin miras de tener un final.
El beneficio de las trincheras era la protección, pero a expensas de la movilidad. Cuando las tropas intentaban avanzar sobre su oponente, las barricadas de alambre de púa y los muros
fortificados eran difíciles de penetrar. Los disparos largos y arqueados eran la mejor opción.
Cualquier intento de obtener el factor sorpresa parecía casi imposible. En estas condiciones, no se podía vencer al enemigo. La batalla seguía y seguía… hasta que aparecieron los tanques.
Gran Bretaña, bajo el gobierno de Winston Churchill, desarrolló el primer tanque militar de la historia, al diseñar un vehículo armado sobre el chasis de un tractor. Era casi como un barco sobre
tierra. La combinación del acero con una capacidad todo terreno transformaron de inmediato la naturaleza de la batalla de una operación casi puramente defensiva a una de movilidad ofensiva… y terminó dando vuelta por completo el resultado de la guerra. La posibilidad de avanzar en forma activa y estruendosa contra el enemigo, dentro de la protección del tanque, llevó a su fin la necesidad
de cavar y esperar lo mejor.
La oración es nuestro tanque armado; cuando el pueblo de Dios la pone en acción, «las puertas del Hades no prevalecerán contra [él]» (Mat. 16:18). La oración es nuestra mayor arma de ataque en la batalla.
Por cierto, el apóstol Pablo la usaba de esa manera. Después de enumerar distintas partes del equipamiento conocido como la «armadura de Dios» (Ef. 6:13), menciona la oración como un
elemento esencial para la guerra espiritual, al igual que el escudo, la espada y el yelmo. «Orad en todo tiempo en el Espíritu», declaró (v. 18). Para él, la oración era una fuerza impulsora, un ariete que lo propulsaba hacia delante en su búsqueda de la voluntad de Dios. «Y orad por mí», dijo en el versículo siguiente, «para que me sea dada palabra al abrir mi boca, a fin de dar a conocer sin temor el misterio del evangelio» (v. 19).
La oración era la estrategia de batalla que necesitaba para impulsarlo a la victoria.
En realidad, escribió esto desde la prisión, como un «embajador en cadenas» (v. 20). Piensa en cuántas capas de fría realidad lo separaban de algo que se asemejara a la continuación de su ministerio. Sin embargo, desde lo profundo de su situación confinada, la oración todavía hacía agujeros en cualquier obstáculo que se interponía entre él y su próxima tarea. Estar atado de pies y manos, y aun así ser lo suficientemente audaz como para considerarte libre y listo para participar en lo que Dios tenga preparado NO es lo que piensa la gente común... a menos que sean personas de oración.
La oración puede hacer de todo. Porque, con Dios, «todo es posible» (Mat. 19:26). La oración puede extenderse y abordar cualquier problema que alguien enfrente en la tierra. Puede iniciarse en silencio, sin que el enemigo siquiera pueda oír la conversación transformadora que tenemos en nuestra mente y nuestro corazón con nuestro Comandante en Jefe.
Entonces, no estamos hablando de un simple ritual inofensivo de una iglesita. Tampoco de un penoso vagabundo que pide una limosna, casi seguro de que no la recibirá. Aquí hay fuerza bruta.
Hay acceso al Dios Todopoderoso. Hay seguridad de Su soberanía. Hay audacia que ninguna resistencia enemiga puede robarnos, a menos que la entreguemos. Y eso solo sucede cuando no oramos.
«La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Sant. 5:16). El profeta Elías, como dice este mismo pasaje en Santiago: «oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra
durante tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto» (vv. 17-18). Orar significa que el poder de Dios que obra milagros siempre es una solución posible a todo desafío que tengamos por delante.
Orar proporciona un plan espiritual ilimitado de datos, y nunca tenemos que preocuparnos por salir de la zona de cobertura. Podemos «orar sin cesar», como dice la Biblia (1 Tes. 5:17), y saber que Dios nos escucha con total claridad en todo momento. La oración es el acceso privilegiado al Dios del universo que compró y pagó la sangre de Su Hijo para nosotros y para todos los que lo reciben libremente como Señor.
Pablo dijo que, si le presentamos nuestras peticiones a Dios «mediante oración y súplica con acción de gracias» (Fil. 4:6), el resultado es un increíble intercambio de energía. En lugar de
quedarnos cargados y abrumados por el temor y la preocupación de las circunstancias, se nos da «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (v.7). Esta clase de paz impenetrable opera como una guardia armada alrededor de nuestros corazones y nuestras mentes (un agente de paz, se podría decir), al evitar que nuestras emociones desgastadas nos hagan actuar por miedo o desesperación.
La oración nos permite descansar y confiar.
Es como una sesión de consejería permanente, las 24 horas del día, sin necesidad de cita previa.
Simplemente, te presentas… y esperas encontrar a tu Consejero —una de las maneras en que Jesús describe al Espíritu Santo (Juan 16:7)—, que siempre comprende completamente tu situación y está listo para impartir sabiduría oportuna. Incluso cuando la verdad implique confrontarnos con nuestro
pecado, también nos recordará la justicia de Cristo, que lo cubre todo con Su gracia y misericordia, y también nos recordará la muerte segura de nuestro enemigo (Juan 16:8-11). Así que, en oración, no hacen falta los secretos. Hay una sinceridad perfecta, una libertad perfecta, un perdón perfecto y una confianza perfecta.
La oración es todas estas cosas y más… como ya sabemos y descubriremos. Y, por esta razón, la primera observación sobre la oración es: ¿Por qué la practicamos tan poco? Con todo lo que la
oración puede ser para nosotros, ¿por qué a veces decidimos no orar?
Sin duda, es sabio esforzarse, planificar e intentar ser responsable. Son todas buenas opciones para enfrentar la vida. Pero si no añadimos la oración para animar estas cualidades nobles con el poder y la sabiduría de Dios, ellas por sí solas no logran demasiado. La oración es lo que satura todos nuestros esfuerzos y las inquietudes genuinas de nuestro corazón con la capacidad ilimitada de Dios. Es lo que enmarca nuestros problemas apremiantes y pasajeros dentro de la perspectiva eterna del Señor, mostrándonos cuán temporales además de tolerables y posibles de superar son en realidad nuestras batallas más intensas.
La oración significa esperanza, implica ayuda, representa alivio, conlleva poder. Todo esto, en grandes cantidades.
Señor, te pido que me perdones por los momentos en que no he valorado ni creído en el poder de la oración que me has ofrecido. He intentado resolver mis problemas de otras maneras.
Pero ninguna ha resultado eficaz. Padre, quiero aprender a orar con fe. Quiero acercarme más a ti. Anhelo experimentar esta clase de seguridad y libertad para creer en ti, depender totalmente de ti y marchar a la batalla de tu mano. Te pido que me guíes a medida que intento
confiar más en ti. Entréname, capacítame, transfórmame en un poderosa guerrera de oración. Glorifícate a través de mí a medida que confío en ti.
En el nombre de Jesús, amén.